LEVÁNTATE...
¡Llegados a un punto, a veces justo en medio del camino, aparecen miedos que, camuflados mejor o peor, parecen impedirnos dar el siguiente paso…
¡Qué difícil es reconocer el miedo! En cada ocasión lo llamamos de una forma… inseguridad, despiste, cansancio, dificultad,…
Cada día nos exponemos a cientos de miedos que se nos cuelan por algún sitio… algunos más poderosos que otros, y nos paralizan, nos descolocan…
Miedo a tomar una decisión importante, miedo a equivocarse, miedo a los cambios, miedo al qué dirán o pensarán, miedo a no gustar o no estar a la altura, miedo por el futuro de personas a las que queremos, miedo a la enfermedad, miedo físico los más hipocondríacos, miedo a personas, miedo a decir una verdad o a un enfrentamiento, miedo a dar el siguiente paso… siempre miedo a unas consecuencias desconocidas. Tememos ese “qué pueda pasar” que es siempre futurible y ¿Quién tiene la cabeza y el corazón tan fríos como para no temer lo desconocido?
El miedo forma tan buena parte de nuestro día a día que lo hemos dejado de llamar miedo. Y también de reconocerlo.
Es importante preguntarse qué tememos, qué nos aterroriza, y cuáles son nuestros miedos… pero no es del todo fundamental. Los miedos que nos rodean están y estarán siempre… lo que nos paraliza no es el miedo. El miedo de por sí es sólo una circunstancia. Lo que verdaderamente nos paraliza es la cobardía.
Por eso, mucho más importante es preguntarse ¿cuánto valor tengo…?
Sí, en realidad ¿qué pregunta es ésta? Uno no puede medir su valentía si no es contrastándola con la superación de un miedo… pero en cualquier camino uno debe saber distinguir qué cosas está dispuesto superar y qué cosas no… para ello sólo hay que levantarse. Sólo eso, levantarse.
Si te da miedo el monstruo que hay debajo de la cama, sólo tienes que levantarte para comprobar que tal fantasma sólo era “algo que temías”. Pero ¿quién ha salido de la cama, agarrándose al miedo de que hay un horrible ser debajo de ella? Si estás en la cama, tumbado, muerto, dormido,… ahí te quedarás, efectivamente… tumbado, muerto, dormido… en manos del “monstruo”.
El miedo nos puede ayudar incluso a crecer. Porque superar un miedo nos coloca en un sólido dinamismo de autoconfianza. En un alarde de super-humanidad o santidad, hasta podrías ser capaz de agradecer que haya cosas en la vida que te pongan a prueba y que no te dejen vivir la vida plana, sin pasión, sin retos o sin superación personal…
Lo verdaderamente importante es medir tu cobardía. O dicho en positivo, aunque sea difícil, tu valentía. Tu capacidad para levantarte y mirar debajo de la cama.
Eso es lo importante. Pero lo esencial es analizar qué y quién me da la mano cada día para que, como a un niño que está aprendiendo a andar, tenga seguridad y me ayude a levantarme. ¿Quién me dice a diario “no tengas miedo que yo estoy contigo pase lo que pase”? ¿Qué me sirve de muleta constante para sujetarme, para no dejarme caer…?
Quien es capaz de comprender donde están esos contrafuertes… nunca dejará que se le caiga la casa. Tendrá la convicción de que aunque aceche el miedo, no dependerá sólo de sus fuerzas momentáneas sobrepasarlo. Se agarrará con confianza y seguridad a esa mano que, aunque caiga, siempre estará tendida…
¿Quién es para ti esa mano? ¿quién te dice “venga”, “arriba” y “mira debajo de tu cama”? o mejor dicho… ¿quién te susurra o grita si es preciso: “anda, levántate y anda”!?
Puedes leer… Jn 10, 7-11 - Jr 1, 17-19 - Is 41, 10-13 - Mt 14, 22-36